El estrés es una respuesta física que el organismo produce automáticamente en situaciones que son consideradas peligrosas o especialmente exigentes (demandas laborales, situaciones familiares, académicas, personales). En estas circunstancias el organismo libera entre otras una hormona denominada cortisol, que nos ayuda a afrontar las demandas del medio. Pero cuando la activación es excesivamente frecuente o se produce de forma crónica, se produce una sobreexposición a estas hormonas y se puede producir un trastorno por estrés.
El estrés repercute directamente en el sistema nervioso, endocrino, inmunológico y puede afectar negativamente la salud. Entre los efectos negativos destacan alteraciones digestivas, osteoporosis, pérdida de masa muscular, acumulación de grasa e incremento de peso, alteraciones de la concentración, de la memoria y cefaleas. El estrés también se ha relacionado con alteraciones emocionales como la depresión o la ansiedad y puede influir indirectamente en la realización de ciertas conductas de riesgo que pueden incrementar la probabilidad de desarrollar otras patologías.
En la modulación del estrés intervienen características personales, como el estilo de afrontamiento de las dificultades, y factores psicológicos, como la valoración de las consecuencias de la situación, la interpretación de la amenaza o la importancia que la persona atribuye a estas situaciones. Estos factores determinan el grado en que se manifiesta el estrés. La percepción de que uno mismo es capaz de afrontar las situaciones de riesgo puede modular a la baja la respuesta de estrés y por lo tanto disminuir sus consecuencias. Contrariamente, personas con una autoeficacia percibida más limitada, que consideran que no podrán hacer frente a la situación, están sujetos a un mayor estrés.