El estrés es una respuesta producida por nuestro cuerpo ante determinadas situaciones que se perciben como amenazantes y que conllevan una sobrecarga o una demanda elevada, ya sea en el trabajo, en casa, en la escuela o en otras situaciones en las cuales estamos sometidos a exigencias importantes durante un periodo de tiempo sostenido.
Nuestro organismo en estas circunstancias produce hormonas como el cortisol y la adrenalina, que desencadenan una serie de respuestas fisiológicas, como aumento de la frecuencia cardíaca, respiración rápida, sudoración y tensión muscular. Estas respuestas son necesarias para preparar al cuerpo para hacer frente a la situación estresante.
Sin embargo, si el estrés se prolonga en el tiempo, puede tener efectos negativos en la salud física y mental. El estrés crónico puede aumentar el riesgo de problemas de salud como enfermedades cardíacas, hipertensión, diabetes y trastornos autoinmunitarios. También puede aumentar el riesgo de problemas mentales como ansiedad y depresión, e incluso empeorar enfermedades preexistentes.
El estrés relativo es aquel que es sostenido en el tiempo y de menor intensidad, característico de las exigencias que nos impone la sociedad actual. Contrariamente, el estrés absoluto, más arcaico, sería aquel que se activa ante un riesgo inminente y de mayor intensidad, pero que está limitado a un período más corto de tiempo, como puede ser escapar de un animal peligroso.
El estrés relativo, al ser crónico y mantenido en el tiempo, puede repercutir negativamente en el sistema nervioso, inmunológico y endocrino, provocando problemas de salud como la osteoporosis, problemas digestivos, musculares o cefaleas, así como problemas de concentración o de memoria. El estrés también se ha relacionado con alteraciones emocionales como la depresión o la ansiedad y es susceptible de incrementar ciertas conductas de riesgo como el consumo de alcohol.
En el estrés no intervienen exclusivamente aspectos fisiológicos. Determinadas características psicológicas constituyen moduladores que regulan el nivel en que se manifiesta. Entre estos factores se encuentran la valoración de las consecuencias negativas que puede conllevar una situación, la consideración subjetiva del riesgo, la importancia de la situación y el estilo de afrontamiento que adopte la persona. Así, por ejemplo, una persona que considere que es capaz de resolver una situación especialmente complicada o que no perciba la situación como especialmente difícil, puede sufrir una menor respuesta de estrés en la misma situación, que una persona que no se sienta capaz y que considere que supone un riesgo elevado. Por este motivo, consideramos que la percepción de autoeficacia, constituye un modulador del estrés que conlleva una disminución de las consecuencias negativas.
Es importante aprender a manejar el estrés de manera efectiva y adoptar hábitos saludables para reducir su impacto en la salud. Esto puede incluir prácticas como realizar actividad física regular, una alimentación saludable, aprender a establecer límites y pedir ayuda cuando sea necesario